De visita en el Vaticano
Juan Manuel de Prada
De surrealista -por expresarlo piadosamente- podemos calificar la reunión de la
vicepresidenta con el cardenal Sodano. El mismo Gobierno que ni siquiera se
dignó inmutarse cuando se le presentaron más de tres millones de firmas en apoyo
de la clase de Religión; el mismo Gobierno que exhortó a los españoles a retirar
sus aportaciones voluntarias al sostenimiento de la Iglesia a través del
impuesto sobre la renta; el mismo Gobierno que ha permitido con complacencia que
los símbolos más venerados por los católicos sean ultrajados o escarnecidos; el
mismo Gobierno que ha amenazado con estrangular las vías suplementarias de
financiación de la Iglesia, pensando absurdamente que así convertiría a los
obispos en un hatajo de lacayos; el mismo Gobierno que a través de sus
prolongaciones mediáticas exacerba y azuza el sentimiento anticlerical; el mismo
Gobierno que se ha negado a dialogar con la Iglesia sobre el proyecto de ley que
en estos días provoca la contestación social; ese mismo Gobierno que ha querido
confinar a los católicos en el ostracismo social envía a su vicepresidenta a
Roma, para puentear a los irreductibles Y ultramontanos obispos españoles. Si
hubiese leído que la vicepresidenta había viajado a la Santa Sede para presentar
su colección indumentaria otoño-invierno en tonos cuaresmales (lilas Y morados
hasta en la sopa) mi estupor no habría sido tan mayúsculo. Pero ha bastado que
me imagine los desarreglos, trasudores Y ataques de epilepsia que la visita
vaticana habrá provocado en la buena señora (comparables a los de la niña de «El
exorcista» cuando la aspergeaban con el hisopo) para que mi estupor se haya
transformado en hilaridad.
Esta salida de
pata de banco del Gobierno sólo la explica su profundo desconocimiento sobre la
naturaleza de la Iglesia, que se adereza con sus espumarajos de rabia cuando los
católicos, como comunidad ciudadana que somos, decidimos expresar nuestro
descontento a través de los medios de legítima protesta que el ordenamiento
jurídico pone a nuestra disposición. Este Gobierno no ha entendido que la
Iglesia española no la componen sólo los obispos, sino también la gente llana
que desea profesar su fe en libertad, sin discriminaciones ni desplantes
groseros, millones de laicos (sí, majetes, laicos, esa palabra que pretendéis
apropiaros en exclusiva) que desean transmitir pacíficamente esa fe a sus hijos,
sin toparse a cada poco con las trabas de un Gobierno que trata de ignorar el
mandato constitucional. Como no entiende la naturaleza de la Iglesia, este
Gobierno se empeña en atribuir la convocatoria de la manifestación de esta tarde
a los obispos, cuando en realidad se trata de una iniciativa civil; se niega a
reconocer la relevancia social del catolicismo, se niega a tener en
consideración las creencias religiosas de los españoles y, en lugar de atender
las solicitudes de las asociaciones convocantes de la manifestación, corre al
Vaticano a quejarse de los obispos como un niñato chivatín y correveidile.
¿Habrán pensado, con la astucia propia del advenedizo, que las reunioncitas
secretas y demás marrullerias que emplean en el ámbito doméstico les iban a dar
resultado con una institución que atesora dos mil años de sabiduría acumulada?
Hace falta tener una jeta de asfalto.
y también un
poco de miedo. Miedo a la marea humana que esta tarde desfilará por el Paseo del
Prado. Quizá convendría al Gobierno; en lugar de perseverar en esa monomanía
episcopal tan pintoresca, leer aquellas palabras de San Pablo a los corintios:
«Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no
desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan».
Tal vez entonces entenderían la naturaleza de la Iglesia que hostigan, la
Iglesia a la que nunca lograrán derrotar, por mucho que rabien.